viernes, 6 de marzo de 2015

Los Tres Traidores



En el trabajo interior profundo, dentro del terreno de la estricta auto-observación psicológica, hemos de vivenciar en forma directa todo el drama cósmico.

El Cristo Íntimo ha de eliminar todos los elementos indeseables que en nuestro interior cargamos.

Los múltiples agregados psíquicos en nuestras profundidades psicológicas gritan pidiendo crucifixión para el señor interior.

Incuestionablemente cada uno de nosotros lleva en su psiquis a los tres traidores.

Judas, el demonio del deseo; Pilatos, el demonio de la mente; Caifás, el demonio de la mala voluntad.


Estos tres traidores crucifican al Señor de Perfecciones en el fondo mismo de nuestra alma.

Se trata de tres tipos específicos de elementos inhumanos fundamentales en el drama cósmico.

Indubitablemente el citado drama se ha vivido siempre secretamente en las profundidades de la conciencia superlativa del Ser.

No es el drama cósmico propiedad exclusiva del Gran Kabir Jesús como suponen siempre los ignorantes ilustrados.

Los iniciados de todas las edades, los Maestros de todo los siglos, han tenido que vivir el drama cósmico dentro de sí mismos, aquí y ahora.

Empero, Jesús el Gran Kabir tuvo el valor de representar tal drama íntimo públicamente, en la calle y a la luz del día, para abrir el sentido de la iniciación a todos los seres humanos, sin diferencias de raza, sexo, casta o color.

Es maravilloso que haya alguien que en forma pública enseñare el drama íntimo a todos los pueblos de la tierra.

El Cristo Íntimo, no siendo lujurioso, tiene que eliminar de sí mismo los elementos psicológicos de la lujuria.

El Cristo Íntimo, siendo en sí mismo paz y amor, debe eliminar de sí mismo los elementos indeseables de la ira.

El Cristo Íntimo, no siendo un codicioso, debe eliminar de sí mismo los elementos indeseables de la codicia.

El Cristo Íntimo, no siendo envidioso, debe eliminar de sí mismo los agregados psíquicos de la envidia.

El Cristo Íntimo, siendo humildad perfecta, modestia infinita, sencillez absoluta, debe eliminar de si mismo los asqueantes elementos del orgullo, de la vanidad, del engreimiento.

El Cristo Íntimo, la palabra, el Logos Creador, viviendo siempre en constante actividad tiene que eliminar en nuestro interior, en sí mismo y por sí mismo los elementos indeseables de la inercia, de la pereza, del estancamiento.

El Señor de Perfección, acostumbrado a todos los ayunos, templado, jamás amigo de borracheras y de grandes banqueteos, tiene que eliminar de sí mismo los abominables elementos de la gula.

Extraña simbiosis la del Cristo-Jesús; el Cristo-Hombre; rara mezcla de lo divino y de lo humano, de lo perfecto y de lo imperfecto; prueba siempre constante para el Logos.

Lo más interesante de todo esto es que el Cristo secreto es siempre un triunfador; alguien que vence constantemente a las tinieblas; alguien que elimina a las tinieblas dentro de sí mismo, aquí y ahora.

El Cristo Secreto es el Señor de la Oran Rebelión, rechazado por los sacerdotes, por los ancianos y por los escribas del templo.

Los sacerdotes le odian; es decir, no le comprenden, quieren que el Señor de Perfecciones viva exclusivamente en el tiempo de acuerdo con sus dogmas inquebrantables.

Los ancianos, es decir, los moradores de la tierra, los buenos dueños de casa, la gente juiciosa, la gente de experiencia, aborrece al Logos, al Cristo Rojo, al Cristo de la Gran Rebelión porque éste se sale del mundo, de sus hábitos y costumbres anticuadas, reaccionarias y petrificadas en muchos ayeres.

Los escribas del templo, los bribones del intelecto aborrecen al Cristo Íntimo porque éste es la antítesis del Anticristo, el enemigo declarado de todo ese podridero de teorías universitarias que tanto abunda en los mercados de cuerpos y almas.

Los tres traidores odian mortalmente al Cristo Secreto y le conducen a la muerte dentro de nosotros mismos y en nuestro propio espacio psicológico.

Judas, el demonio del deseo, cambia siempre al señor por treinta monedas de plata, es decir, por licores, dineros, fama, vanidades, fornicaciones, adulterios, etc.

Pilatos, el demonio de la mente, siempre se lava las manos, siempre se declara inocente, nunca tiene la culpa, constantemente se justifica ante sí mismo y ante los demás, busca evasivas, escapatorias para eludir sus propias responsabilidades, etc.

Caifás, el demonio de la mala voluntad, traiciona incesantemente al Señor dentro de nosotros mismos; el adorable Íntimo le da el báculo para pastorear sus ovejas, sin embargo, el cínico traidor convierte el altar en lecho de placeres, fornica incesantemente, adultera, vende los sacramentos, etc.

Estos tres traidores hacen sufrir secretamente al adorable señor Íntimo sin compasión alguna.

Pilatos le hace poner corona de espinas en sus sienes, los malvados yoes lo flagelan, le insultan, le maldicen en el espacio psicológico íntimo sin piedad de ninguna especie.


Fuente: Libro: La Gran Rebelión.- Autor: VM Samael