En el
terreno de la vida práctica cada persona tiene su criterio, su forma más o
menos rancia de pensar, y nunca se abre a lo nuevo; esto es irrefutable,
irrebatible, incontrovertible.
La mente del
humanoide intelectual está degenerada, deteriorada, en franco estado de
involución.
Realmente el
entendimiento de la humanidad actual es similar a una vieja estructura mecánica
inerte y absurda, incapaz por sí misma de cualquier fenómeno de elasticidad
auténtica.
Falta
ductibilidad en la mente, se encuentra enfrascada en múltiples normas rígidas y
extemporáneas.
Cada cual
tiene su criterio y determinadas normas rígidas dentro de las cuales acciona y
reacciona incesantemente.
Lo más grave
de toda esta cuestión es que las millonadas de criterios equivalen a millonadas
de normas putrefactas y absurdas.
En todo caso
las gentes nunca se sienten equivocadas, cada cabeza es un mundo y no hay duda
que entre tantos recovecos mentales existen muchos sofismas de distracción y
estupideces insoportables.
Mas el criterio
estrecho de las multitudes ni remotamente sospecha el embotellamiento
intelectivo en que se encuentra.
Estas gentes
modernas con cerebro de cucaracha piensan de sí mismas lo mejor, presumen de
liberales, de súper-genios, creen que tienen muy amplio criterio.
Los
ignorantes ilustrados resultan ser los más difíciles, pues en realidad,
hablando esta vez en sentido socrático diremos: "no solamente no saben,
sino que además ignoran que no saben".
Los bribones
del intelecto aferrados a esas normas anticuadas del pasado se procesan
violentamente en virtud de su propio embotellamiento y se niegan en forma
enfática a aceptar algo que en modo alguno puede encajar dentro de sus normas
de acero.
Piensan los
sabihondos ilustrados que todo aquello que por una o otra causa se salga del
camino rígido de sus procedimientos oxidados es absurdo en un ciento por
ciento. Así de este modo esas pobres gentes de criterio tan difícil se
auto-engañan miserablemente.
Presumen de
geniales los pseudo-sapientes de esta época, ven con desdén a quienes tienen
valor de apartarse de sus normas carcomidas por el tiempo, lo peor de todo es
que ni remotamente sospechan la cruda realidad de su propia torpeza.
La
mezquindad intelectual de las mentes rancias es tal que hasta se da el lujo de
exigir demostraciones sobre eso que es lo real, sobre eso que no es de la
mente.
No quieren
entender las gentes del entendimiento raquítico e intolerante que la
experiencia de lo real sólo adviene en ausencia del ego.
Incuestionablemente
en modo alguno sería posible reconocer directamente los misterios de la vida y
de la muerte en tanto no se haya abierto dentro de nosotros mismos la mente
interior.
No está de
más repetir en este capítulo que sólo la conciencia superlativa del Ser puede
conocer la verdad.
La mente
interior sólo puede funcionar con los datos que aporta la conciencia Cósmica
del SER.
El intelecto
subjetivo, con su dialéctica razonativa, nada puede saber sobre eso que escapa
a su jurisdicción.
Ya sabemos
que los conceptos de contenido de la dialéctica razonativa se elaboran con los
datos aportados por los sentidos de percepción externa.
Quienes se
encuentran embotellados dentro de sus procedimientos intelectuales y normas
fijas, presentan siempre resistencia a estas ideas revolucionarias.
Sólo
disolviendo el EGO en forma radical y definitiva es posible despertar la
conciencia y abrir realmente la mente interior.
Sin embargo,
como quiera que estas declaraciones revolucionarias no caben dentro de la
lógica formal, ni tampoco dentro de la lógica dialéctica, la reacción subjetiva
de las mentes involucionantes opone resistencia violenta.
Quieren esas
pobres gentes del intelecto meter el océano dentro de un vaso de cristal,
suponen que la universidad puede controlar toda la sabiduría del universo y que
todas las leyes del Cosmos están obligadas a someterse a sus viejas normas
académicas.
Ni
lejanamente sospechan esos intonsos, dechados de sabiduría, el estado
degenerativo en que se encuentran.
A veces
resaltan tales gentes por un momento cuando vienen al mundo esoterista, mas
pronto se apagan como fuegos fatuos, desaparecen del panorama de las
inquietudes espirituales, se los traga el intelecto y desaparecen de escena para
siempre.
La
superficialidad del intelecto nunca puede penetrar en el fondo legítimo del
SER, empero los procesos subjetivos del racionalismo pueden llevar a los necios
a cualquier clase de conclusiones muy brillantes pero absurdas.
El poder
formulativo de conceptos lógicos en modo alguno implica la experiencia de lo
real.
El juego
convincente de la dialéctica razonativa, auto-fascina al razonador haciéndole
confundir siempre gato con liebre.
La brillante
procesión de ideas ofusca al bribón del intelecto y le da cierta
auto-suficiencia tan absurda como para rechazar a todo eso que no huela a polvo
de bibliotecas y tinta de universidad.
El
"delirium tremens" de los borrachos alcohólicos tienen síntomas
inconfundibles, pero el de los ebrios de las teorías se confunde fácilmente con
la genialidad.
Al llegar a
esta parte de nuestro capítulo, diremos que ciertamente resulta muy difícil
saber donde termina el intelectualismo de los bribones y donde comienza la
locura.
En tanto
continuemos embotellados dentro de las normas podridas y rancias del intelecto,
será algo más que imposible la experiencia de eso que no es de la mente, de eso
que no es del tiempo, eso que es lo real.
Fuente:
Libro: La Gran Rebelión.- Autor: VM Samael